domingo, 25 de septiembre de 2016

Ejido tan baldío


Espejismo en mi pupilas

Madrugada con aliento

La ternura y el rencor



El abismo de lo cercano tan distante


El llegó, como siempre, con un peso extraño sobre la espalda. Llegó, apenas causó notoriedad su estampa, y se sentó silencioso, ausente, dispersando nuestra presencia que ignoraba ese río que desbordaba un caudal apenas contenido. Vestía ropa jubilosa, en él nada habitual, siempre gris, azul y qué paso más cansino como atravesando siempre el mismo túnel, y allá donde solana qué bochorno… ¿Y el silencio?

Sacó su e-book, con la avidez de continuar un texto aplazado, y desapareció en medio de nuestro murmullo.

Sintetizábamos algo ya dispuesto: la burocracia expone con constancia su ridícula paradoja. Quemamos parte de nuestra vida justificando legalmente lo ya pactado previamente. El, que siempre interrumpía con dudas cualquier evidencia, ahora callaba. Apartaba apenas su lectura para avistar, con interés ajeno a mi estudio, un paisaje que yo no revelaba. Sin duda, soslayaba el atisbo de mis ojos. Pero qué ternura comprobar las persianas de sus ojos ejercitar una suerte de gimnasia hacia el suelo, como preparándose a realizar un ágil ejercicio de memoria. Allá, justo al medio de mi horizonte, y tan lejos ya, como mostrando su sosegada disipación de nuestra presencia. Y ahora observo que escribo él y nuestra, su y nuestro… Si, evidentemente existe ya un abismo que separa su tristeza. Y me pregunto cuánto hice para trazar el surco, qué poquita voz tuve para delinear el puente que necesitaba hacia nosotros. Pero su abismo aparece insondable, y qué lindas las mañanas hablando fruslerías, las cenas amigables… Pero él no. El destruye cada uno de los levadizos, como si el vértigo de la caída fuese alimento afín a sus palabras, a sus extraños versos destrozando paisajes hasta adherir las palabras a un espacio ambiguo de ternura y destrucción.



“… ¿Cómo frente a cosas tan terribles, hablo de seducción y me complazco en magias “externas” (según algunos)? Precisamente, porque son terribles, y porque el lenguaje se les resiste y las traiciona, e incluso las anula, por eso, justamente, me impresionó doblemente tu libro. Precisamente, porque cada verso y cada palabra han sido llevados (padecidos) hasta su máxima tensión, y con toda la carga de sus sentidos plurales, estos poemas son un lugar –o un espacio- de reunión…”1




1( A Amelia Biagioni, Buenos Aires, 18/XI/67, Alejandra Pizarnik )



El silencio tan rotundo nada lo evitó, ni siquiera un cómo estás habitual en estos casos. Me senté, sin apenas darme cuenta, justo en medio, donde se cruzaban las miradas de aquella reunión, inútil, por repetir lo ya acordado previamente, y qué hermosas son las veladas afines, silenciosas y nada combativas. Como asumí hace tiempo que hay un lugar de cruce y reposo, donde es fácil hallar el acomodo para todos los que rehúsen las dudas solitarias, me dispuse a mostrar que nada tenía en común con aquella reiteración de testimonios. Pero, dolía apenas. Soy, en exceso, consciente de las paradojas que generan mis periódicas dolencias y derrumbes. Sin embargo, a pesar de estar absorto girando alrededor del texto de Alejandra, apareció una breve mueca interior. Alguien, que apenas si conoce mi barroca epistemología de la existencia, sí se había interesado brevemente. El, también, ha cruzado un túnel tenebroso: y no halló mano que le sujetara los deseos de sollozar. Curiosa paradoja cruzándose en el texto releído. A mi alrededor, todo alcanzaba la paz de un mar en calma y sin deriva. Hubiera sonreído si mi cuerpo pudiese desatarse de sus nudos. Ganas de contaros la verdad, la entera exactitud de mi presencia, y de mi última retirada de aquel patio. Cuánto había gemido en cada paso para soportar presencia cercana, que escalofrío de distancia me alejaba y me acercaba.

Concebí ganas de decirte, pero allí no estaba todo aquel que anhelaba arrojarle mis palabras, para salir de este pozo oscurecido. Dudé por un momento, y recordé que cierto día pedí perdón por mis vaivenes (casi total, por mi existencia). Si absurda fue mi inesperada nota, qué elocuente su silencio acentuado. Si...pero como entenderían que para algunos cuesta más un instante definido que un prolongada existencia tranqulizadora. Ellos desconcen que el pretil estaba frío, como hielo que resbala al vacío. Cómo explicar lo inevitable, de aquel fader off desde un sonrisa al hielo oscuro de la muerte repentina. Y qué azul agredido por un salto. Inconcebible, apetecible la curiosidad del dolor agrietado y sin ventanas. Debí saltar y contemplar el llanto sostenido, ese relevo de lágrimas que acompasa los entierros. Y sin embargo, aqui estoy, con indiferencia de lasitud oblicua. Ella lloraría sin forzar el volumen de la pena, él mezclaría la duda y la sorpresa. Y quien diría que esto pasaría, este año parecía tan distinto. Como si entendieran la distancia entre el sueño y el duermevela. Ese matiz separa la alegría de los alegres, la palabra de una fotocopia del gesto del poeta.

Y qué lindo sería contemplar mi cuerpo ya inerte, callado para siempre.

Os pido perdón por haber evitado, en un instante de ternura hacia la vida, ese pretil de gelatinas, que resbaló hacia mi, deseando un descanso de vosotros y vuestro absurdo silencio controlado. Amando sin ternura ese erial donde florecen cactus felonados.

Intento yo el silencio. Pero la palabra es aquello que convive en los tiempos venideros, donde en los paisajes se camuflan alimañas. Su alimento es tan sencillo como el miedo, el pavor a su presencia amable: alimañas travestidas en aquello que desee el mercado. Dulce paz en la ignorancia.

Inevitable fader off


Ojos que codician ser lúcidas farolas